Hacia
tiempo que una serie no me generaba tal enfermedad.
Bueno,
con Mad Men puede que me pase, y creo que me pasó con The Wire, pero no desde el
principio, sino a partir de que la historia ya tenía a sus personajes
perfilados, la trama definida, y el morbo de saber como va a seguir el caso (en
el ejemplo de The Wire) o de por donde va a salir la nueva neura del señor
Draper.
En este caso, nos ponen tras los pasos de los viquingos, y ya está. Como si
fuera tan simple. Pero tiene mucho más, tiene mucho de documental (de hecho se
emite en el canal Histoy) eso hace que todos los detalles parezcan tener un
respaldo, una credibilidad.
Justamente,
de creer se habla mucho, ya que eje central de la trama es el desafío que
Ragnar le propone a su conde, que en vez de navegar hacia el Este, lo hagan
hacia el Oeste, donde se encontrarán con
una apacible Inglaterra que tomarán por sorpresa. Asaltarán una iglesia, que
les llenará las arcas de oro y plata, pero de ambición también, junto a los
trofeos viajarán predicadores que habitaban el edificio, de allí que, una vez
en tierras nórdicas, intercambiaran sus percepciones sobre sus respectivas
creencias.
La serie
es vertiginosa, con un “juego de tronos” que la hace muy sangrienta, pero sobre
todo hay que destacar la buena factura, y si fuera del sexo femenino o me
atrajeran los del genero masculino, no dejaría pasar la oportunidad de meter un
bocadillo sobre el protagonista, que esta como quiere, una mezcla de Brad Pitt
con el rubio motorista de “Sons of Anarchy”, con miradas a lo Ryan Gosling,
para sucar el pancito.
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