Que
bueno es ver a James, tan grandote, tan inflexible, tan Soprano.
Soprano
es un adjetivo que engloba sencillez, tozudez, dureza y ternura al mismo
tiempo.
Resulta
que la primera actriz que sale al comenzar la peli hace de la hermana de él. Está
en Paris y al parecer ha conectado muy bien con apuesto francés que regenta una
“calesita”.
Minutos
más tarde el director nos pone en un sitio más gélido, de distintas características
a la capital francesa, casas de una factura más fiel a la madera, espaciosas,
barrios amplios, estamos en New Jersey, USA.
Allí
vemos a nuestro osezno, cerca del mar, a cargo de unas atracciones dentro del recinto
de un parque de atracciones con poco de esplendor, quizás sea la crisis global,
quizás que es parte del entretenimiento de otra época o simplemente que el
invierno se alargó más de la cuenta.
Curiosamente
el francés que teníamos en las primeras imágenes del metraje aparece, liviano
de equipaje y sin su hermana. Falleció.
Asimilar
el golpe es una cosa, recibir una carta otra, pero una muy distinta es que
tengan que compartir casa y, según lo expresaba de puño y letra en la misiva,
trabajo.
A partir
de aquí, conoceremos el pasado de esta gente, que sumado a la mejor amiga (amor
de juventud) de Bailey (asi se llama Gandolfini en la ficción) y su esposo, a
la vez mejor amigo del gordo, el drama empezará a cocinarse, obteniendo un
buena historia de lealtades, de emociones y esperanzas, en su punto.
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