Aunque
inquieta ver a los monigotes venidos de otro planeta pisando este suelo, luego
de un rato la vista se calma, para dejarnos con la realidad, con el mensaje: la
discriminación.
Rodada
para dar efecto de documental, con cámaras en mano y flashes de noticias
televisivas, esta obra nos sumerge en el supuesto: como actuaríamos si los “marcianos”
vinieran.
Entonces
se irgue precioso y majestuoso el artefacto circular sobre Cape Town, como si
la nave nodriza de Star Wars estaría aparcada como un perro en la puerta de la panadería,
Debajo
la ciudad, el corazón de ella, el edificio donde alguno del poder ejecutivo hará
su papel, y fuera, haciendo el suyo correspondiente, los manifestantes, en
contra del trato a los “visitantes”.
Los han
dejado a todos, tipo ghetto, en un distrito, el noveno, solo con la gente de
color de condiciones infrahumanas, que actúan como parásitos que se
retroalimentan, unos consiguen la comida enlatada de gatos (los del espacio
exterior) y otros consiguen armas de otro calibre (los del espacio interior).
La peli
tiene como protagonista a un hombre normal, que debido a un riesgoso
acercamiento al asentamiento se “contagio” y ahora su cuerpo empieza a mutar,
logrando, de a poco, el aspecto de los nuevos vecinos. A raíz de esta mixtura,
su forma de pensar cambia.
Entretenida,
con trasfondo, una buena apuesta (bien avalada) que logra su objetivo, sembrar
una semillita, una incomodidad, algo de alimento para el músculo pensante.
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