Como barajar las ráfagas sin un maso donde encontrarlas todas juntas. Ellas se escapan, algunas
silenciosas, otras, minúsculas, juguetonas, a sabiendas de que el mendaz no se
va a preocupar por llegar a arañarlas. El espejo fracturado me enseña a volver
al punto de control siempre que una frase haga que mi piedra desate el bebe de
una llama.
Jugaste, ahora te hablo a vos y luego retomo, a mencionarme
sin querer, queriendo, como siempre se intuyen tus movimientos, tan fieles y
frescos, tan erráticos y jóvenes, tan duros como maduros, tan serios como los
dientes callejeros de los pulgosos a los que nos parecemos. Los dos. Siempre te
dije que éramos iguales.
Las ideas se camuflan de almohadas para que yo las abrace y
siga durmiendo. Por eso cada noche un libro de la biblioteca cerebral es
desechado. Es leído a inconciencia y es dejado en el más caliente de los
desiertos, a menos que un beduino café detone alguna de sus hojas, por la
mañana, cuando el frío mortal nos abandona, y la alfombra de Aladino ya está de
regreso a su hogar, y su reflejo pueda volcar en mi sonrisa parte de lo
evocado.
Todo viene de revolver el camino una vez comenzado, pausa,
atajo, simpleza, y hoy, por cambiar, zapatos viejos y cómodos, y a darle a lo
que salga. El “para qué” no lo busco, solo lo encuentro. Leía en esta jornada
una frase de un poeta redicha por un cantante: solo soy yo cuando estoy solo. Y
me pregunté, y sumé, la cantidad de horas al día que existo, simplifiquemos en “soy”.
Es gracioso como pueden los silencios propios y las letras e imágenes de otros
alimentar durante horas a este voraz escritor sin lápiz que habita sin pagar
alquiler en la azotea de mi torre.
Tengo fe con gafas en mi que puedo, que lograré mostrarte
que bajo de lo rigido de este ajado barro puede brotar un pistilo forzudo que
haga lo propio con sus tareas de colorear sus extremos. Sin que la gaviota que
te anida se despierte voy a tirar esta botella al mar de tu calidez, voy a
dejarla sin tapón, apuesto por tu velocidad para llegar al mensaje. Voy a jugar
a mirarte por las figuras que forman las hojas que faltan del arbusto donde me
escondo. Caminaré en los círculos que dan las expectativas de padres primerizos
hasta que el aullido de la criatura, tu percepción pida cobijo en tu razón y
lleguen a la hora del té a paladear esta canción que no se esconde porque no
está escrita.
Repito la nada que me inunda, no hay algo aquí, solo está en
tus ojos y los míos cuando nos damos tregua y cruzamos sus trayectorias.
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