Crítica sarcástica a los partidos políticos yanquis, sobre todo, el
republicano.
Ferrel se pone en la piel de un candidato tipo “Bush”, inútil total y sin
cerebro, que gana su plaza al congreso de memoria, y que esta vez, la vigésimo
tercera que se presenta, le ha salido un contrincante, por tanto tendrán que
hacer una especie de “primarias”.
El que acaba de surgir es un tipo raro, hijo de un patriarca de toda la
vida, de aquellos con casas coloniales que tienen acceso a la laguna y
sirvientes negros (en este caso, una china que hace el acento para que no se
desacostumbre). El progenitor odia a su vástago, por símil gay, de aspecto frágil
y fofo, pero unos ricachones ven en el hijo un objeto manipulable, que los
puede llevar a hacer lo que quieran con el estado, a tal punto que se plantean
ceder un distrito a china.
Puesto el motor en marcha, un personal trainer con muchas armas de
incremento de moral e imagen, y también, de desprestigio al contrario, sacando
a relucir los trapos más sucios de su vida íntima.
Pero el príncipe se convirtió en sapito, y su moral fue más fuerte que los
hilos de titiriteros que colgaban de él, y dejará una moraleja sobre una cuestión
imposible de llevar a cabo en la vida real.
Seguramente, los de norte América la entiendan mejor y la disfruten más,
pero como todo lo de ellos parece del resto del mundo, aquí estamos, una vez más,
viendo una peli yanqui, para yanquis, pero comercializada globalmente.
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