lunes, 25 de noviembre de 2013

No hay que morir dos veces

El comisario Mendez se encuentra (como siempre) enredado en caso, que a medida que van avanzando las páginas, se va complicando más. Creo que me va a costar ser claro con el resumen ya que fue bastante lioso leerlo, con varios frentes abiertos, y muchas cosas que terminan hilandose sobre el final.
En principio, el puntapie inicial lo marca un asesinato de lo más curioso en una boda. Algo de ese tema le hace tilín al detective, algo de esa víctima no le cierra, y aunque esté en la carcel, la asediará hasta dar con lo más importante, la verdad y el motivo.
Por otra parte, un tema muy fulero, prostitución. Pero nada normal, con una pequeña que padece el síndrome de Down. Un asco. Un tipo funesto que es mejor no mirar a la cara, precisamente a sus ojos, estará muy detrás de esta chica.
Por otro lado, Gabriel acaba de cumplir su tiempo en prisión y ni bien sale ya tiene un trabajo, al que, no puede renunciar, y no porque le guste, sino porque el magnate que lo contrata, lo tiene por los huevos, su misión, ser francotirador, eliminar una basurita que se cruzó por el camino de Conde.
No sé si al final es un librazo, o enlaza muy bien el final, a mi lo que me llena de la historia es que sea negra y que hable de calles de la ciudad Condal, del presente, por donde hoy piso, y del pasado que me hubiese haber visto. Además de, coincidir con mucho del relato, de la objetividad del protagonista, que es un rebelde, un viejo precioso y rebelde, con mucho código.

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