En 3 días mi vida se metió en cajas. Muchas cosas entraron a juzgarse. No era momento de darle otro atentado a mi atolondrado corazón.
Está claro que los tiempos cambiaron, que pocos somos los que quedamos en la tribu del lector real. El que coge un libro y lo abre. El que toca páginas amarillentas, páginas satinadas, hojas radiantes y blancas, lomos arañados, contratapas arrancadas.
Ahora, no sé si la mayoría, se volcó al libro virtual. En una pantalla, facil, práctico, ergonómico, liviano, pero volatil.
Y, cada uno elige su propia aventura. Bajar .pdf y mandar a la papelera al terminar de leer. Descargar PDF y archivar en DVD junto a fotos que nunca se revelarán, o tener libros de papel. Coleccionarlos o reciclarlos. Prestarlos, perderlos o venderlos. Tirarlos sin más o prender el carbón con sus hojas. Adorarlos y pasarles el plumero o simplemente apilarlos en la mesita de noche.
Lo que la tribu de los virtuales dudo que tenga es una caligrafía dedicando el ejemplar, recordando aquel día, aquel aniversario, apreciando cuanto lo querían, cuanto se querían, cuan por compromiso era ese regalo.
Esas son las pequeñas cosas que nos vuelven más robots y menos humanos.
Es cierto, la espalda me duele un poco más despues de este fin de semana, pero el orgullo de que sigo con ellos, lo mantengo intacto.
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