un santo que gustA
Iba con todo el peso que el material podía dar,
metálico ruido, los pies se movían desde temprano,
se dirigía a ese montículo que en hacia una joroba en el relieve tantas veces recorrido en otras vidas,
magnánima epopeya la de arribar al lugar del ritual,
luego de transitar cavernas, y subterráneos mundos,
tan asfixiantes como su latir que hoy plagaba de
tambores desde el pecho a la garganta.
El sol, rey, iba subiendo sin sorprender la parábola que
cada vez dibuja, y él ya lo divisaba en su ascenso
por las escalonadas huellas que repetía para presentarse en el sendero que aparcaba a los pies de la última cima.
en cada ángulo que el camino dibujaba se coloreaba el lienzo con floridas imágenes.
beduinos ofrecían la ilusión, con tallo, que haría olvidar por un rato a muchas esclavas su posición. Vendían muerte para dar vida a plásticas existencias.
desoyó cada palabra, de su oreja chorreaba Hendrix...
por su mente pasaban riffs que ondeaban entre la relajación y la revolución. Carburadas tácticas se iban señalando en su "seny".
el humo sin presentarse se olía, contaminaba las piedras y los temblores, el ronroneo de la bestia también jugaba a la rayuela.
Toco su armadura, se puso los guantes, los apretó como grilletes. Chasqueó la lengua. Una, dos y más veces.
Las voces se hacían tan cercanas que se metían en sus pensamientos. Chatarras por todos lados y la hora señalada estaba por golpear a su puerta, a su ferrosa realidad.
Vio la cola serpentosa pero que inmóvil posaba. Escamas grises, el cuello largo, ojos amarillos y estacas sepultadas formaban parte del dragón tan temido. Ese que escondía en su defensa el corcel que el paladín había ido a rescatar.
Desenfundó la espada, esperó su turno y se lanzo como si su vida dependiera de ese intento.
Lo atravesó de lado a lado, fue tan rápido que no notó la sangre que la bestia podía estar emanando, nada le importó. Solo quería respirar, sacarse el casco, librarse de esa coraza que lo había acompañado durante ese tiempo indefinido y que tan oprimido dejaba su ser.
El relincho desato una alegría desconocida, ese candado también había sido abierto.
Montará, al fin lo hará.
Todas las rosas ahora figuraban idóneas, pensó en miles de premios, agasajarse de la mejor manera y pasar muchas páginas más de ese, este libro.
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